INSTITUCIÓN EDUCATIVA
LICEO LA PRADERA
PLAN DE CLASES LENGUA
CASTELLANA GRADOS 8º-1,2,3,4,5,6,7,
DOCENTE FREDY PADILLA
BAUTISTA
FECHA………………………………………CLASE
Nº 14
TEMA: NOVELA
COLOMBIANA
TIEMPO DE EJECUCIÓN:
CUATRO periodos de clases aproximadamente.
ESTÁNDAR Determino,
en las obras literarias latinoamericanas, elementos textuales que dan cuenta de
sus características estéticas, históricas y sociológicas, cuando sea
pertinente.
LOGRO: Reconoce
en las producciones literarias como cuentos, relatos cortos, fábulas y novelas,
aspectos referidos a la estructura formal del género y a la identidad cultural
que recrea.
COMPETENCIAS
· LITERARIA Identifica las estrategias narrativas del autor para relatar
su perspectiva sobre lo que ha ocurrido en una región. (DBA3)
· Textual m Reconstruye en sus intervenciones el sentido de
los textos desde la relación existente entre la temática, los interlocutores y
el contexto histórico-cultural. (DBA 7).
· COMPETENCIA
INTERPRETATIVA. Nivel literal Estructura los textos que compone,
para lo cual elige entre las diferentes formas que puede asumir la expresión
(narración, explicación, descripción, argumentación) y su adecuación al ámbito
de uso.(DBA8)
DESEMPEÑO
Interpreta adecuadamente y pone en contexto las situaciones
histórico-sociales específicas que fundamentan la gestación de la narrativa
colombiana.
Investiga sobre las principales culturas prehispánicas en
Colombia.
Identifica las estrategias narrativas del autor para
relatar su perspectiva sobre lo que ha ocurrido en una región.
CONTENIDO
Una de las características de la novela colombiana del siglo
XX es la de que la amplia mayoría de sus autores son novelistas de una sola novela.
En algunos casos, como en los de José Asunción Silva, José Eustasio Rivera --en
quienes la muerte prematura frustró sus carreras de novelistas—, Eduardo
Zalamea Borda, Alfonso Alexander, y Pedro Gómez Valderrama, la única que
dejaron fue suficiente para su consagración ante la posteridad. En otros,
verbigracia Tomás Carrasquilla, Manuel Mejía Vallejo, redondean sendos
muestrarios novelísticos de más de diez títulos, de los que sólo uno perdura en
la memoria literaria. Y en otros más, como Gabriel García Márquez y José
Antonio Lizarazo, que consiguieron construir un conjunto soberbio de novelas,
ninguna de ellas es prescindible ni para el estudioso, ni para el simple
aficionado a la lectura de novelas. Un cuarto ejemplo es el de José María
Vargas Vila, acaso el más fecundo de los novelistas colombianos del siglo XX,
sin duda el más famoso y el más discutido en las primeras tres décadas, de cuya
vasta obra narrativa apenas hay dos novelas que merezcan ser leídas en la
actualidad. También se da el fenómeno de excelentes novelas, (Cosme, de José
Félix Fuenmayor; Ayer, nada más, de Antonio Álvarez Lleras; Mancha de aceite,
de César Uribe Piedrahita; Llanura, Soledad y Viento, de Manuel González
Martínez; El Despertar de los demonios, de Víctor Aragón), caídas en un olvido
injusto. No sobra decir que la nueva generación de novelistas, nacida entre
1958 y 1973, y que empezó a publicar a partir de la década de los noventa,
pertenece a los lectores del siglo XXI. En tal sentido, y no en el cronológico,
la separamos del siglo XX.
Los primeros años
Fuego, sangre y muerte le dieron en Colombia la bienvenida al
siglo XX. Esos elementos de tragedia, que habrían constituido la materia prima
para generar unas cuantas novelas de primer orden –la sola figura del negro
Marín, con sus hazañas legendarias y su recia personalidad, clamaba por un
novelista—produjeron unos cuatro o cinco títulos de escaso merito narrativo.
Claro de Luna, del célebre autor de lasReminiscencias, José María Cordovez
Moure, se publicó por entregas en El Comercio de Bogotá, entre agosto y
noviembre de 1902. El primer capítulo salió cuando la guerra entraba en sus
estertores, y el último (el diecinueve) apareció dos días después de la firma
del tratado de paz del Wisconsin. Nunca se recogió en libro. La novela, una
delicada historia de amor sobre el fondo bélico de los mil días, no parece
haber despertado mayor interés en los lectores del momento. Sin embargo está
escrita con bello estilo y la trama es interesante, aunque Cordovez no se
atreve a tocar el aspecto de la guerra sino muy de costado.
Lorenzo Marroquín y José Rivas Groot se aliaron en 1903 para
escribir una novela sobre la Guerra de los Mil Días, la cual publicaron en
1907, con inusitado éxito de ventas. Pax no es tanto una novela como un zurcido
de los odios de sus dos autores, sobre todo los de Marroquín, que encontró un
pretexto para sacarse el clavo contra los enemigos de su padre y los suyos
propios, aquellos que lo habían criticado en el pasado, y los que en el
presente los acusaban a su padre (el presidente José Manuel Marroquín) y a él
de ser los culpables de la pérdida del Istmo de Panamá. Pax avivó en el
público, no interés por el contenido sino curiosidad por descifrar las claves
de los personajes del libro y su identificación con los que en la vida real
eran el objeto de la malquerencia de Marroquín y de Rivas Groot. Cosa que no
resultaba difícil, pues los autores suministraron toda clase de pistas para la
filiación de los personajes. Las víctimas preferidas de la insidiosa novela son
tres, dos vivos y uno muerto para el momento de publicarse el libro: Rafael
Uribe Uribe, don Marco Fidel Suárez y José Asunción Silva. Aparte de un
ejercicio de inquina personal, Pax es una novela sosa, mal escrita, con una
trama paupérrima. Don Marco Fidel Suárez le hizo la autopsia gramatical y
descubrió que Pax había nacido muerta debido a que sus progenitores ignoraban
el uso de las reglas elementales del idioma.
Dicen que desde el principio hasta el fin de la guerra
Clímaco Soto Borda, reconocido poeta y cronista, se encerró en su habitación y
se dedicó a escribir una novela bogotana, que concluyó casi al tiempo con la
guerra. Sin embargo el famoso Casimiro de la Barra la guardó en un baúl por
quince años. Durante ese lapso todos le rogaron que publicara su novela, que
sería un acontecimiento literario. Muchos pensaban que Diana Cazadora
constituiría la primera gran novela inspirada en los terribles acontecimientos
de 1899 a 1902, y es verdad que Soto Borda tuvo por lo menos diez años para
haber escrito un monumento novelístico. Poseía las condiciones necesarias para
hacerlo: capacidad intelectual, manejo impecable del idioma, ritmo, gracia, y
tenía el tema. Sin embargo Diana Cazadora resultó el parto de los montes. Es
una novelita agradable, con una historia entre picaresca y trágica, abrumada
por la incontrolable tendencia del autor al chispazo. Soto Borda pone el humor
por encima de la novela, y si bien produce algunas carcajadas, sus personajes
le resultan flojos, de la guerra no hay nada, y la novela queda anclada entre
el costumbrismo y el intento fallido de producir un fresco psicológico.
ACTIVIDAD
DESARROLLA TUS COMPETENCIAS
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